Entonces Kylian se levantó la camiseta y pegó en el cristal su fornido pecho. Florentino lo acarició, lentamente, anhelándolo, mientras una lágrima blanca como la nieve manaba de sus ojos y de estrellaba contra el suelo. Apareció el Guardia de seguridad, el tiempo se había acabado.
- Lo siento, muchacho, pero tienes que volver a tu celda.
- ¡No te preocupes, estaré bien! ¡Los chicos me cuidan y me dan de comer!
- Lo sé, pero recuerda que te estaré esperando siempre. Tú eres uno de los nuestros.
Florentino abandonó la prisión. Aún sentía el tacto del frío cristal en sus manos y conservaba en su alma la imagen de esos pectorales forjados a fuego en la fragua del Parque de los Príncipes. Prometió que sería suyo y que le haría feliz, feliz como nunca nadie le había hecho hasta ahora.
- Lo siento, muchacho, pero tienes que volver a tu celda.
- ¡No te preocupes, estaré bien! ¡Los chicos me cuidan y me dan de comer!
- Lo sé, pero recuerda que te estaré esperando siempre. Tú eres uno de los nuestros.
Florentino abandonó la prisión. Aún sentía el tacto del frío cristal en sus manos y conservaba en su alma la imagen de esos pectorales forjados a fuego en la fragua del Parque de los Príncipes. Prometió que sería suyo y que le haría feliz, feliz como nunca nadie le había hecho hasta ahora.